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La denuncia está radicada en sede judicial y recae también sobre su mamá

Una joven denunció en redes sociales abuso de padrastro

Belén es una de las tantas víctimas de delitos contra la integridad sexual, que, aunque han realizado las denuncias en sede judicial, ante la inacción y falta de respuestas, recurren a las redes sociales, buscando obtener celeridad en sus causas. Esta vez, la joven da nombres y apellidos, y relata de modo detallado y crudo, como sucedieron los hechos, desde que tiene 10 años.

Joven que habría sufrido abusos por parte de su padrastro lo expuso en redes sociales y asegura que su mamá sabía de los hechos. La denuncia está radicada en sede judicial y recae también sobre su madre.

Río Grande.- “Aproximadamente por el año 2000 nosotras nos venimos a vivir con mi mamá a Río Grande. Un tiempo después mi mamá se trajo a su pareja del norte a vivir con nosotras. Mi hermana y yo, nos enteramos en cuanto llegó. Ese día hubo un festejo con comida y música hasta tarde. Recuerdo que me dormí en el sillón y él me levantó para llevarme a la cama. Esa noche sentí que me acarició las partes íntimas sobre la ropa. Tenía 10 años aproximadamente”, indica en un primer párrafo.

“En ese entonces tenía una amiga que también era mi vecina, su papá era un comisario. Su mamá me preguntó y me tiró indirectas sobre el tema. Cuando Antonella, mi amiga, se quedaba a dormir a casa, no pasaba nada y por eso amaba que se quedara a dormir. Creo que sabía que no iba a poder hacer lo mismo que me hacía a mí a la hija de un comisario”.

“Recuerdo noches que se acostaba al lado mío y me acariciaba. Yo no podía decir nada, me paralizaba. Sólo miraba la pared, con los ojos cerrados. Con el tiempo empezó a bajarme la ropa interior, me apoyaba su entrepierna, me metía los dedos en la vulva y me acariciaba la zona”, detalla, Belén.

“Con una psicóloga hice un trabajo muy duro para recordar cosas bloqueadas como una vez que se acostó al lado mío y me penetró a lo que yo grité porque me dolió mucho. Como grité, él se levantó y se fue. Yo me senté y me abrazaba el vientre bajo porque me dolía mucho, me quería parar y el dolor no me dejaba. Al mismo tiempo escuchaba llorar a mi hermana en la cucheta de arriba. Cuando me pude parar, me acerco a la puerta, la abro y ahí estaba mi mamá mirándome con odio y me hizo un gesto para que fuese al baño. Cuando por fin pude ir al baño con mucha dificultad, me bajé la bombacha y tenía sangre. A partir de ahí, las violaciones fueron más frecuentes. Desde el primer momento supe que mi mamá ya sabía de esto. Me daba vergüenza hablar de algo que ella ya sabía”, asegura.

“Me acuerdo también de que, una vuelta, le pedí prestado a mi amiga un corpiño de su mamá y se lo metí en el bolso a él porque quería que se separaran y funcionó, creo yo, a lo que estaba muy feliz por eso. Cuando fui a ver a mi mamá a su habitación, ella se estaba ahorcando con un cinto. Yo era chica, unos 10 u 11 años, así que no sabía qué hacer, por lo que, desesperada por esa situación, lo llamé a él y volvió. A partir de ahí las violaciones comenzaron a ser tapándome la boca, dolían mucho y él decía que, si decía algo, mi mamá se iba a matar. Yo sé que ella sabía de eso”, vuelve a hacer referencia a que su madre estaba al tanto de lo que sucedía.

“Tengo compañeras de primaria que seguro se deben acordar que me desmayaba. De hecho, tenían que hacer guardia cuidándome la espalda al subir las escaleras por si llegaba a caer inconsciente, pero no sabían que yo siempre me desmayaba a la salida porque tenía que quedarme con él. Incluso, una vez a la salida del colegio me hice pis porque lo vi esperándome afuera. Hasta fingí algunos desmayos porque prefería estar en el hospital con suero que estar en casa siendo violada una vez más”.

“Hago una pausa para decir que también tenía tres maestras que muy en el fondo de mi corazón deseaba que fuesen mi madre, cualquiera de las tres, porque sentía el amor que me transmitían. Muchas veces quise decirles lo que me pasaba, pero no sabía cómo. A las seños Karina, Andrea y Adriana, si algún momento leen esto, quiero agradecerles porque ustedes no se dieron cuenta, pero me dieron el amor que me hacía falta en ese momento”, recuerda a quienes le brindaron contención.

“En 2002 nos fuimos de vacaciones a Corrientes y al final nos quedamos todo el año. Era año del mundial, me acuerdo porque fue el año que falleció mi abuela. En ese entonces comencé a convulsionar y desmayarme, pero no sacaban qué me pasaba así que me medicaban sin saber”.

“Cuando volvimos de Corrientes volví a ingresar en el mismo colegio en el que mis compañeras me sostenían para que no me desmaye. Ya estábamos en otra casa, pero parece como que el tiempo no había pasado porque al volver a cada Río Grande las cosas siguieron igual; mamá se iba a trabajar y nos dejaba sola con él.  En ese entonces ya empezaba la secundaria y ya me había hecho señorita. Él ya no me violaba, sino que agarraba, me ponía boca abajo, de una manera muy brusca, me hacía un bollito de frazada y de sábana, entonces hacía que yo me mueva arriba de ese bulto. Muchas veces me dio vergüenza contarlo porque en algún momento yo sentía placer, pero no era a propósito, era muy chica, no sabía ni lo que hacía. Cuando él veía que yo me movía ya sola, se ponía arriba mío, siempre con una erección y sin penetrarme se apoyaba entre los pliegues de la vulva”.

“Unos días después de eso, me acuerdo de que estaba con fiebre y estaba acostada con mi mamá en su cama. Ella se levanta porque se iba a trabajar, entonces justo llega él para cuando ella se va. Él se acostó atrás mío, me bajó la bombacha, se apoyó y se empezó a mover. De repente, escuchó que abren la puerta, era mi mamá, a lo que dije “por fin, por fin lo ve”. Él me subió rápido el shortcito del pijama, sin subirme la bombacha. Estaba muy incómoda, pero yo seguía en la misma posición sin poder moverme. Ella entró a la pieza, sacó la frazada, mirándolo muy fijamente y yo tenía la ropa interior por las rodillas, era obvio lo que estaba pasando, pero sin embargo ella agarró su cartera, que era por lo que había vuelto, se dio media vuelta y se fue. No dijo nada, no hizo nada, recuerda y relata.

“Creo que en esa época fue que empecé a tener malos comportamientos, a contestar, a no querer estar tanto tiempo en la casa. Ella me empezó a tratar de rebelde y yo siempre quería gritarle en la cara qué era lo que me pasaba, pero en ese tiempo no era como ahora, se respetaba mucho y yo siempre terminaba agachando la cabeza, no decía nada, aunque por dentro gritaba toda mi verdad, de mi boca salía un "bueno” o “sí” y terminaba haciendo lo que me decían”.

“Tiempo después nos mudamos de esa casa porque, en mi intento de liberarme de ese infierno, salté por el balcón sin conseguir más que doblarme el tobillo. Aún en la nueva casa, él seguía sobre mí todo el tiempo, nunca se cansaba, era vivir constantemente con eso. Había noches en las que me despertaba porque en la habitación donde dormíamos mi hermana y yo, hacía mucho calor así que yo me destapaba. Una madrugada en la que me desperté, lo tenía parado al lado de mi cama, tocándose. Yo me quería girar hacia la pared, pero él me volvía a girar, me hacía que lo vea, tenía que ver cómo se tocaba hasta que por fin terminaba y se iba. Había veces que eyaculaba arriba en mi ropa y siempre le rogaba a Dios que mi mamá encuentre esa ropa”.

 

Al menos dos intentos de suicidios

 

En otro tramo de su extenso escrito en redes sociales, de manera pública y viralizado hasta el día de hoy, Belén da cuenta: “Unos días después fue que tuve mi segundo intento de suicidio. Me acuerdo de haber agarrado una bolsa de pastillas de mi mamá e iba por el camino tomándome una tras otra. En el recreo del colegio caí desmayada y obviamente cayeron las pastillas de mi bolsillo. Todo el mundo me trataba de que era rebelde, que quería llamar la atención y no era eso, yo no quería llamar la atención de nadie, yo quería terminar con un calvario que tenía en mi cabeza debido a esto.”

“En ese tiempo quise tener un novio por primera vez. Cuando me daba besos, que quería acariciarme por el cuello reaccionaba de una manera muy mala, entonces me terminó dejando y se burlaron de mí porque me decían que estaba loca. Mi mamá también me llamaba así, siempre usó esa palabra. Hasta que una vez, estando en la casa de mi prima, conocí un chico que era 6 años más grande que yo. Él se dio cuenta solo de lo que me pasaba, entonces solamente me preguntó y me pidió que lo confirmara asintiendo con la cabeza. Me preguntó si a mí me tocaban en contra de mi voluntad, a lo que le dije que sí, que lo hacían desde que era muy chica, entonces él me dio su número de teléfono y me dijo que cuando eso estuviera por pasar eso lo llamé y que él iba a ir”.

 

La mamá es una docente conocida en Río Grande

 

“Me acuerdo de que mi padrastro se enojó muchísimo cuando yo estaba de novia con ese chico, discutían con mi mamá y él hasta llegaba a meterle cachetazos a ella porque me dejaba salir con él. Ella obviamente no me dejaba, pero a mí ya no me importaba, me escapaba de la casa igual. La mamá de este chico habló conmigo, le pude contar todo lo que me había pasado, por eso me llevó a la policía, la comisaría que está al lado del polivalente de arte, dejando una exposición puesta diciendo que yo me iba a quedar en su casa a vivir un tiempo porque en mi casa me pasaban este tipo de cosas. Obviamente, no pasó 3 días hasta que mi mamá me fue a buscar con la policía. Ella siempre quedaba bien parada porque es una docente prestigiosa, conocida por todos en Río Grande y yo era la que se escapaba, la que le hacía la vida imposible”.

“Una de las veces que me escapé de la casa, la policía me encontró y me llevó al hospital. Ahí me dejaron internada en la parte de pediatría con un policía parado en la puerta, como si estuviese presa. En ese entonces, acá en Río Grande, no había un hogar de menores, por eso estaba ahí. Yo manifestaba verbalmente que no quería vivir con mi mamá. En algún momento también se metió la D.P.I. que tenía un legajo mío. Incluso era atendida en ese entonces por una psiquiatra que se llamaba Celina, por una psicóloga que se llamaba Liliana Ponce y por otra psicóloga que hacía atención grupal con otros chicos de mi edad que se llamaba Tatiana. Me atendían muchos profesionales, pero aun así ninguno se puede develar lo que a mí me pasaba, ni siquiera en el colegio, de la cantidad de veces que me desmayaba adentro, nunca nadie me preguntó”.

 

Otras confesiones

 

“En otra ocasión se lo confesé a mi prima estando la escuela, porque íbamos al mismo curso. Obviamente les contó a sus papás. Ellos me subieron su auto, fuimos a mi casa y recuerdo ver a mi tía discutiendo con mi mamá y ella subiendo el auto. Fuimos a la Guardia del CEMEp y mi tía esperaba que a mí me hagan un chequeo para saber cómo estaba después de lo que yo había confesado. Cuando entramos al consultorio con el pediatra, mi mamá le dijo que yo era deportista, que iba a jugar en los Evita, cosa que no era mentira, pero no era a lo que íbamos. Le dijo que yo tenía un dolor muy fuerte en la zona lumbar. Yo miraba mi mamá porque yo estaba tranquila de ya se había descubierto todo, no sabía que seguía después de que yo confesara todo lo que me había pasado, sí estaba segura de que mi mamá lo sabía y que le habían descubierto. No voy a mentir, tenía mucho miedo de las represalias que se podían tomar contra mí dentro de la casa una vez que mi tía se iba, todo eso pensaba en la consulta, pero me quedé muy sorprendida cuando ella le dijo que yo tenía un dolor en la zona lumbar. El médico le dio unas recetas y cuando salimos del consultorio mi tía le dijo "¿Qué tenés que hacer ahora?”, a lo que mi mamá le mostró unos papeles en el aire antes de guardarlos rápido en su bolso y le dijo “Con esto tengo que ir a la policía”. Varias veces escuché decir a mi mamá que ella sí me escuchó, que hizo todo lo que tenía que hacer judicialmente, pero que la justicia determinó que lo que yo decía era mentira. Pero en realidad, nos fuimos a mi casa y ahí quedó todo”, sin resolver.

 

Los abusos continuaron

 

Tras ese intento de denuncia, la situación continuó del mismo modo: “Cuando pensé que se terminaba, sólo siguió. Desde ese entonces ya no eran violaciones con penetración, pero me despertaba en la madrugada y él estaba parado al lado mío mirándome o siempre que me estaba bañando, él entraba al baño; pedía disculpas y decía “Uy, perdón, no sabía que estabas” pero sí sabía que estaba dentro del baño”.

“Después de un tiempo de que nada funcionó, ni psicólogos, ni escaparme, hubo una última violación que fue la peor, la que me arruinó la vida. El día después de eso, salí de mi casa y me fui. En la esquina de mi casa siempre se juntaban unos chicos y uno de ellos me decía que me veía llorar todo el tiempo, me preguntó “¿Qué te pasa vecina? Siempre estás mal, vení y tómate algo con nosotros, no tengas miedo, acá no te va a pasar nada” porque parecía ser que yo siempre tenía una expresión de miedo. Cuando me dijo eso, me largué llorar. Yo no entendía cómo era que alguien que era mi vecino, con el que nunca hablaba, se dio cuenta de que algo me pasaba con dos palabras o con dos gestos míos y mi propia mamá, que vivió conmigo toda la vida, no se daba cuenta de que algo me pasaba, no se cansaba de decirle a las personas de que yo tenía un problema psiquiátrico y que mentía todo el tiempo, que no tenían que creerme lo que decía”.

 

“Empecé a consumir sustancias como un escape”

 

“Juntándome con esos chicos, yo empecé a consumir sustancias como un escape. Cada vez que tenía una situación de violación, que él me miraba y se tocaba, cada vez que me tenía que sentar en la mesa y levantar la cabeza para notar como me miraba fijamente hasta cuando comía, me iba de mi casa para terminar consumiendo”, indica Belén.

“Cuando mi mamá y su marido se dieron cuenta de que yo consumía y sé que se dieron cuenta, él adelante de ella me daba plata que en ese entonces era bastante. Hoy me pregunto ¿Qué hace una persona que consume sustancias así? Cuando le das plata, la persona va y se compra más de eso. Para ese entonces yo ya tenía hijos y solo me fijaba en mi dolor, en las ganas de consumir.  Las sustancias se hicieron muy habitué en mi vida así que para los 27 años me volví una adicta y toqué fondo. Por mis propios medios decidí hacer una rehabilitación la cual incluyó ayuda psicológica y psiquiátrica que me ayudaron a salir adelante”.

 

Finalmente logró denunciar

 

Tras atravesar un sinnúmero de momentos dolorosos, Belén logró denunciar: “Hasta ahora me pude presentar a hacer la denuncia de estas personas porque me asesoré primero. Nunca supe que podía denunciar algo que me pasó siendo muy chica hasta que una fiscal con la que hablé me dijo que sí que podía denunciarlos, entonces me animé a empezar todo el proceso de denuncia hacia él, obviamente, pero también hacia mi mamá porque nada me saca de la cabeza que ella sabía todo lo que me pasaba. Era cómplice y lo es hasta hoy en día”.

“Hace no mucho tiempo en el juzgado, haciendo todo este tipo de declaraciones, me encontré con una persona, Tatiana, que casualmente la nombré más arriba en la historia como una de las psicólogas que me asistía en las terapias grupales. Hablando con ella en una entrevista me dijo que después de escuchar toda mi historia, ella como psicóloga, no sabía lo que a mí me pasaba porque yo con la edad que tenía no lo había manifestado verbalmente. Esas fueron sus palabras, lo que a mí me pareció un chiste por no largarme a llorar una vez más. Que una profesional me diga que con 10, 11, 12, 13 o 14 años no se dieron cuenta que yo era violada todo el tiempo con una mamá cómplice porque yo no lo manifestaba verbalmente. Es decir, con esa edad tenía que decir “estoy siendo violada” como si hablara del clima”.

“La verdad que deja mucho que desear la persona que se encarga de las cámaras porque si ese es el punto de vista de una psicóloga, estamos mal”.

 

“Me trataron de rebelde o de mentirosa”

 

“Hoy día siento enojo para con las personas a las que le confesé esto cuando yo era chica y me trataron de rebelde o de mentirosa, como aquella señora amiga de mi madre, a la cual le fui corriendo y llorando hasta la casa, en la esquina de Rivadavia y Perón, en la cual me apoyé para confesarle con la esperanza de que se terminara ese calvario. No fue así, porque obviamente escuchaban más a una madre preocupada que su hija se escapaba, se drogaba, andaba con mala junta, pero nadie me escuchó ni me creyó en ese momento. Mucha gente me vino a pedir perdón ahora, pero a mí no me sirve de nada el perdón”.

 

Otras víctimas

 

“Ahora lo cuento porque yo necesito que la justicia se mueva más rápido, porque desde que yo hice la denuncia de estas dos personas aparecieron dos víctimas más y son menores de edad. De hecho, me voy a corregir, no voy a decir víctima, voy a decir sobrevivientes, eso es lo que somos. Si seguimos de parados, peleando por esto, somos sobrevivientes, porque esto es algo que te arruina la vida. Uno puede seguir adelante, puede tratarlo con un psicólogo, puede medicarse para estar mejor, pero no se va de la cabeza los miedos. La oscuridad la odio porque él venía en la oscuridad y con 31 años de eso no se me va, son cosas que me quedan el resto de mi vida”, asegura.

“Tardé mucho en decidir si contar mi historia porque pensaba cómo le podría perjudicar a los que me rodean también, pero tengo mi hija mayor que me dijo que era iba a ser muy valiente yo lo contaba. Me preocupaba mucho que haciendo esto público, alguien le pueda decir “Esta es tu mamá” y mi hija me dijo “si me vienen a decir eso voy a decir que tengo una mamá re valiente”.

“Necesito que se haga justicia porque estas personas caminan en la calle como si nada, quiero que ellos sean los que piensen dos veces antes de salir a la calle y no nosotros. Yo por no cruzármelos, salgo los domingos a la mañana al supermercado; como familia no salimos a muchos lugares para no cruzármelos porque me cuido, lo cual no es justo”.

“Mi mamá se llama Higinia Rojas, es docente, profesora de matemática y contabilidad. Daba clases en el instituto CENT18, a los adultos, a los presos en la cárcel y también trabajó en el Ministerio de Educación, en la parte de los colegios privados. Su marido se llama Roberto Orlando Vega”, los acusa con nombre y apellido.

“Salgo a hablar porque yo dejé de ser la única sobreviviente en este caso, ya hay más personas detrás mío que pasaron las mismas cosas que pasé yo por este hombre y con complicidad de esta mujer. Debido a esto, hago llamado a todas las personas que en aquel momento les confesé lo que me sucedía y mi madre iba detrás diciendo que yo tenía problemas psiquiátricos, que sé que fueron muchas, porque necesito su ayuda, necesito que cuenten esa verdad tal como lo hago yo ahora, ya no sólo por mi bien, sino por el de los otros sobrevivientes”, dice Belén para concluir con esta extensa y cruda denuncia pública.

Fuente: Diario Provincia 23.

 


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